VACACIONES INVERNALES 2023

SCAPE ROOM:

https://www.escaperoomneuquen.com/

Direccion: Santiago del Estero 234

Teléfono: 0299 438-7052

lunes-viernes 14:00–23:00, sábado/domingo 11:30-23:00

5 a 8 personas: $3000.00 c/u  

3 o 4 personas: $3500.00 c/u  

2 personas: $4000.00 c/u

CINE TEATRO ESPAÑOL:

https://www.facebook.com/cineteatronqn/?locale=es_LA

Dirección:Avenida Argentina 235

Teléfono:299 442-9747

Propuestas diarias a las 11am

El lunes 10 de julio se presentará El Show del Disturbio, el martes le sigue Seba El Mago, el miércoles 12 será el turno del Show de Arturito. Para el jueves está prevista la presentación de Circo Charivari. El viernes actuará Joaquín Di Magic, el sábado 15 se presenta Topo Chicho y el domingo actuará La Pelela Títeres.

El lunes 17 se presentará el lunes El Mundo de Harry, el martes sigue la compañía Tomate Perita y el miércoles se presenta El Magolukas. Para el jueves está previsto el show del Dúo D2 y el viernes cierra la agenda con la actuación de Titerón Títeres.

ENTRADA $1.000, $800 en grupos de 4 o + personas.

SHOPPING ALTO COMAHUE:

http://www.altocomahue.com.ar/

Dirección: Av. Dr. Ramón 355

Teléfono: 0800-222-2299

Tiene una serie de actividades basadas en el cuento «Don Fresquete», de María Elena Walsh

lunes a viernes entre las 16 y las 19, entrada libre y gratuita.

ESPACIO DUAM:

https://www.facebook.com/espacioduamneuquen/

Dirección:San Martín 5901

Teléfono:299 444-1002

Obra de teatro “Viaje Mágico a París

14,15 y 16 de Julio

Entradas a $2.600

MUSEO PARAJE CONFLUENCIA:

https://www.facebook.com/parajeconfluencia/

Dirección:Independencia, Pje. Héroes de Malvinas

Teléfono:299-533-3433

El miércoles 12 de julio a las 16 se presenta «Ulkantvn cuentacuentos» un espectáculo de Luciana Toretta pensado para toda la familia. El jueves 13, a las 16, se podrá ver la ronda de cuentos con el grupo de narración oral «Las Cuchicheras». El viernes 14 de julio, a las 14, se podrá ver Alta Batalla, encuentro de Hip Hop. Todas las actividades son gratuitas y no requieren inscripción previa.

BUS TURISTICO NEUQUEN:

  • Visita Península Hiroki, Lunes a viernes y domingo a las 9 hs, Sábados a las 8.45 y a las 11 hs.
  • Circuito Miradores, Lunes, Miércoles, Viernes, Sábado y Domingo 16.30 hs, Martes 11 y 16.30 hs, Jueves 11 hs
  • Visita Torre de Talero: Martes y Jueves 16 hs, Miércoles 11 hs, Sábados 10 hs
  • Visita Paseo Costero: Lunes, Viernes y Domingo 11 y 15 hs, Miércoles y Sábado 15 hs

PLANET JUMP NEUQUEN:

«https://planetjump.com.ar/«

Int. Nordenstrom 42, Neuquén

Teléfono: 2995464344

Camas Elasticas para todas las edades ( apartir de los 3 años)

Abierto todos los días de 13 a 21,a un costo de $900 la hora por persona, con reserva previa.

COMPLEJO INVERNAL PRIMEROS PINOS

https://goo.gl/maps/YZBAXhZKxAcD1zeFA

ESTA CERRADO Y SIN INFRAESTRUCTURA

Lindo lugar para pasar el dia, llevando todo.

Llamar a Vialidad para verificar el estado de rutas 0810 333 7882

Llamar a SNOW RENTAL SKI, 2996316292 por Alquiler de ropa de Ski en Zapala y paras saber el estado de Primeros Pinos.

BUBALCO:

«https://bubalco.com

Dirección::Calle 215 19, Allen

Telefono:298-473-1612

parque destinado a la conservación de especies en peligro de extinción que fomenta la protección y la restauración de la biodiversidad a través de proyectos colaborativos, del involucramiento de la comunidad, de la educación y la investigación.

Abierto toda la semana de 10-18, menos Martes que esta cerrado.

Entrada Genera $4200 Mayores de 13 años y Menores o Jubilados…$3300

CENTRO CULTURAL CIPOLLETI:

https://www.facebook.com/complejoculturalcipolletti/

Dirección: Gral. Fernández Oro 57 – CIPOLLETTI

Telefono: 299 449-4900

De Jueves a Domingo: de 15-20hs, Actividades Gratuitas para niños

De Jueves a Domingo: de 18-21hs, Muestra de Dinos y Otras Criaturas Prehistoricas

CINEPOLIS

https://www.cinepolis.com.ar/cines/cinepolis-neuquen

Direccion: Antártida Argentina 1111 (Shoping La anonima)

Telefono: 299 447-1500

Desde $1.050 x entrada. (2D Español) hasta $1.800 (4D)

CINEMARK NEUQUEN:

https://www.cinemarkhoyts.com.ar/

Direccion:Av. Dr. Ramón 355, Neuquén

Telefono:02996223366

Desde $1.060 x entrada. (2D Español) hasta $2.400 (4D)

VACACIONES INVERNALES 2023

DOMOTICA – SMART HOME

Que es la Domótica?

La domótica se refiere al uso de tecnología avanzada para automatizar y controlar diferentes aspectos de una casa. Esto incluye cosas como el sistema de calefacción, iluminación y ventilación, así como la seguridad y la gestión de los electrodomésticos.

Una casa inteligente es aquella que utiliza la tecnología de domótica para ofrecer un alto nivel de comodidad, eficiencia y seguridad a sus residentes. Por ejemplo, una casa inteligente podría utilizar sensores para detectar movimiento y ajustar automáticamente la iluminación y la temperatura del ambiente, o utilizar un sistema de seguridad inteligente para proteger la casa y sus residentes.

La tecnología de domótica está evolucionando rápidamente y hay cada vez más dispositivos y sistemas disponibles para convertir una casa en una casa inteligente. Esto permite a los residentes controlar y monitorizar diferentes aspectos de su hogar desde cualquier lugar y en cualquier momento, lo que puede mejorar significativamente su calidad de vida, y además, conseguir un importante ahorro en la factura energética.

Si quiere hacer su casa u oficina inteligente, solo tiene que instalar unos cuantos módulos . Y si quiere un consejo, consúltenos estaremos encantados de asesorarle en https://www.avizor.com.ar/.

VENTAJAS DE LA DOMÓTICA

Los sistema de domótica no son un mero capricho, sino que tienen múltiples ventajas:

  • Protege su hogar y su familia. Gracias a la domótica puede simular su presencia en casa cuando usted no está y disuadir a posibles intrusos. Además puede controlar todas las luces a distancia y verificar el estado de las mismas para asegurar que no se quedan encendidas cuando no deben. Puede revisar sus cámaras a distancia, incluso atender el portero desde un lugar remoto.
  • Añade valor a la propiedad. Una casa con un sistema domótico se cotiza más alto en el mercado inmobiliario. Su casa será más fácil de vender, ya que incorpora características únicas que no tienen otras viviendas de la competencia. Es un valor agregado que otorga mayor categoría.
  • Calidad de vida. Piense en todas las operaciones rutinarias que hace todos los días: entra en su casa, enciende la luz de la entrada, luego la de la habitación, apaga la de fuera, enciende el baño, etc… ¿Se imagina hoy una televisión sin control remoto?, ¿recuerda cuando abría las puertas del coche con la llave?, ¿y cuando subía las ventanillas a mano? Usted se ha gastado un montón de dinero en algo que solo disfruta cuando usa el coche. En cambio en su hogar puede disfrutar de las mismas comodidades tanto usted como su familia durante todo el día.
  • Ahorro de energía. Añadir inteligencia a su casa, además de ahorrar energía, la hace más amistosa con el medio ambiente. Todo el mundo tiene claro que los cristales dobles ahorran energía, de igual forma, un sistema que supervisa y controla las luces y electrodomésticos apagándolos cuando no son necesarios, o según la posición del sol, también ahorra energía. Reduzca las facturas de la luz/gas y ayude a la conservación del planeta.

ASISTENTES

Un altavoz para manejar toda la casa solo con tu voz

Gracias a la voz podemos controlar la casa sin movernos del sofá. Podemos encender la tele, bajar el volumen, controlar las luces de la casa y armas «rutinas» que no son mas que un grupo de acciones al decir una frase.

No es realmente necesario un altavoz para manejar los dispositivos smarts de una casa pero es un complemento ideal para que nos facilite aún más la vida y nos olvidemos de manejar estos dispositivos con el celular, a nos ser que estemos fuera de casa.

Existen altavoces que no necesitan una gran inversión y que cumplirán con esa función que nos permite manejar los dispositivos smarts de casa solo con la voz.

Google Nest Hub

Google Nest Hub es el Asistente de Google, ademas de reproducir las mejores y más recientes imágenes de Google Fotos, puedes ver y controlar tus dispositivos conectados en un solo panel. Usa la voz para mirar videos de YouTube, series en Netflix y reproducir música de YouTube Music o Spotify en una parlate. Además, con Voice Match (reconoce solo tu voz), podrás obtener tu calendario personalizado, información sobre tus viajes diarios, respuestas de Google y mucho más.

El mejor marco de fotos digital
Con Google Fotos, puedes obtener las mejores y más recientes imágenes de tus seres queridos automáticamente. También puedes usar la voz para mostrar fotos.

Controla tu hogar conectado
Mira y controla luces, cámaras, TVs compatibles y otros dispositivos desde un solo panel. Nest funciona con miles de dispositivos inteligentes de marcas populares.

Reproduce videos y canciones de YouTube
Mira YouTube, reproduce canciones y videos musicales de YouTube Music, y escucha contenido de Spotify y Pandora. Tambien funciona con servicios como Netflix, Disney+ y Star+.

Obtén ayuda de Asistente de Google para realizar tareas sin usar las manos
Obtén tu agenda personalizada, información sobre tus viajes diarios, recordatorios, pronostico del tiempo, recetas de cocinas e informacion comun que buscaríamos en Google. Además, obtén respuestas visuales de Google y mira videos útiles de YouTube.

Diseño que se adapta a cualquier habitación de la casa
Google Nest Hub queda muy bien en cualquier habitación de la casa. Con Ambient EQ, Hub se adapta a los colores y la iluminación del ambiente para que las fotos combinen perfectamente con la decoración de tu casa.

En este dispositivo se pueden crear «rutinas», por ejemplo al crear la Rutina «Buenas Noches», tu Google Home podria apaga las luces del dormitorio, ajusta la temperatura del termostato, activar la alarma y consultar la agenda de la mañana siguiente.

Su complemento ideal es Google Nest Mini, el cual es simplemente un parlante inteligente, con las mismas funciones que Google Nest Hub, pero sin pantalla para mostrar.

Echo Show – Amazon

El Echo Show es un dispositivo de altavoz inteligente con pantalla táctil fabricado por Amazon. Se puede utilizar para reproducir música, hacer llamadas telefónicas y videollamadas, mostrar contenido de vídeo y noticias, y realizar búsquedas en Internet. También puede controlar otros dispositivos del hogar inteligente utilizando el asistente de voz de Amazon, Alexa.

El Echo Show es un dispositivo muy versátil y puede ser utilizado para una amplia variedad de tareas. Por ejemplo, puede ser utilizado como una herramienta de cocina, ya que puede mostrar recetas y convertir medidas mientras se cocina. También puede ser utilizado para ver películas y programas de televisión a través de servicios de transmisión como Netflix o Hulu. Además, puede ser utilizado para hacer videollamadas con amigos y familiares a través de la aplicación de videollamadas de Amazon, o para hacer llamadas telefónicas tradicionales a cualquier número de teléfono. En resumen, el Echo Show es un dispositivo muy útil para la vida cotidiana y puede ayudar a simplificar muchas tareas del hogar.

En la actualidad, Amazon ofrece varias versiones del Echo Show, incluyendo algunas con pantallas más grandes (15″) y altavoces mejorados. También ha lanzado algunas variantes del Echo Show, como el Echo Show 10 (3ª generación) y el Echo Show 8 (2ª generación), que cuentan con características adicionales y mejoras en el rendimiento.

Apple HomePod Mini

El HomePod Mini es un altavoz inteligente desarrollado por Apple que se utiliza principalmente para reproducir música y brindar información y asistencia a través de Siri, el asistente de voz de Apple. También puede utilizarse para controlar otros dispositivos de hogar inteligente compatibles mediante comandos de voz, y para realizar llamadas y enviar mensajes mediante la integración con el iPhone.

Además, el HomePod Mini tiene una calidad de sonido excepcional y es capaz de adaptarse automáticamente al entorno acústico de la habitación en la que se encuentra, brindando una experiencia de escucha envolvente y personalizada. También cuenta con una malla táctil en la parte superior del dispositivo que permite controlar el volumen y reproducir, pausar o saltar canciones de manera sencilla.

En resumen, el HomePod Mini es un altavoz inteligente versátil y de alta calidad que se puede utilizar para escuchar música, obtener información y asistencia, y controlar otros dispositivos de hogar inteligente mediante comandos de voz.

Apple ha lanzado varias versiones del HomePod a lo largo de los años. Actualmente, estas son las versiones disponibles:

HomePod Mini: es la versión más reciente y compacta del HomePod. Tiene un tamaño reducido y cuenta con una calidad de sonido excepcional. Además, puede controlar otros dispositivos de hogar inteligente compatibles y brindar información y asistencia a través de Siri.

HomePod: es la versión original del HomePod, que ofrece una calidad de sonido excepcional y es capaz de adaptarse automáticamente al entorno acústico de la habitación en la que se encuentra. También puede controlar otros dispositivos de hogar inteligente compatibles y brindar información y asistencia a través de Siri.

Es importante tener en cuenta que Apple ha descontinuado la venta del HomePod original, por lo que ya no está disponible en el mercado. Sin embargo, es posible que todavía se puedan encontrar unidades en algunas tiendas o en línea a través de distribuidores no oficiales.

Sonos Voice Control

Sonos One: es un altavoz inteligente desarrollado por Sonos que funciona con los asistentes de voz Alexa y Google Assistant. Ofrece una calidad de sonido excepcional y es compatible con una amplia variedad de servicios de música en streaming. También puede controlar otros dispositivos de hogar inteligente compatibles y brindar información y asistencia a través de los asistentes de voz.

ILUMINACION

Cuando hablamos de iluminación inteligente o smart lighting, hablamos de un conjunto tecnológico formado por Focos LEDs inteligentes que permiten que las manejemos con la voz, y que es posible gestionar también a distancia desde el móvil o de un mando a distancia.

Estos nos permiten manejar la intensidad de la luz (dimables) y el color (dependiendo del modelo), y controlarlo de forma remota sin tener que tocar en ningún momento la llave de la luz, incluso encenderlas/apagarlas desde cualquier lugar, fuera de casa, y también crear rutinas, es decir que se enciendan/apaguen en el atardecer/amanecer, o cuando llegues/salgas de la casa y/o en un horario puntual programado.

Algunos LEDs inteligentes necesiten de un Hub para su funcionamiento (como los Philips HUE), un pequeño equipo que hace de intermediario entre el router y los dispositivos inteligentes, mientras que otros se conectan directamente vía Wi-Fi o Bluetooth, algo interesante si solo queremos tener uno o dos focos LEDs inteligentes en toda la casa.

El Kit de Philips Hue, es compatible con los asistentes de voz más conocidos (Amazon Alexa, Google Assistant y el de Apple), y además permite que todas sus luces se atenúen, intensifiquen o cambien de color a toda velocidad, lo cual genera una experiencia verdaderamente inmersiva.

Play HDMI Sync Box es el accesorio que nos permite esta función. Ofrece cuatro entradas HDMI para que conectemos las fuentes con las que queremos conseguir el efecto, como dispositivos de streaming o consolas de videojuegos. Así será como podremos sincronizar Netflix o Apple TV con la iluminación de una sala de TV.

También Existen LEDs inteligentes individuales como los de OSRAM. La conocida marca también cuenta con una línea inteligente para el hogar llamada Lightify. Sus LEDs inteligentes (Smart+), pueden ser compatibles con Alexa y Google Assistant o con HomeKit (sistema abierto que funciona con la mayoría de los dispositivos smarts y los vincula con los asistentes de voz como el de Google, Apple y Amazon). Vienen en su formato RGB y también en blanco cálido.

Linda Smart tambien tiene una opcion economica de focos inteligentes y dicroicas

INTERRUPTORES Y ENCHUFES

Interruptores

Existen varias marcas que logran el mismo objetivo, cambiar los interruptores actuales (son la misma medida) por interruptores Smarts, los cuales conectados a Internet logran poder encender/apagar las luces de la casa de forma remota sin tener que tocar en ningún momento la llave de la luz, incluso encenderlas/apagarlas desde cualquier lugar, fuera de casa, y también crear rutinas, es decir que se enciendan/apaguen en el atardecer/amanecer, o cuando llegues/salgas de la casa y/o en un horario puntual programado. También con un control de voz como el de Alexa o Google home, a través de alguna APP estándar como ser Smart Life o Tuya.

Enchufes Inteligentes

Una de las opciones que existen para conseguir una casa inteligente es la de reemplazar los enchufes que se utilizan normalmente por otro Smarts. Al hacer esto, es posible automatizar ciertos procesos y conseguir una mayor comodidad de uso, incluso, ahorro en la factura de energía.

Existen varias marcas con productos similares, aunque la marca BAW cubre muy bien esta necesidad, que no es más que en un toma corriente, mediante el cual podremos controlar cualquier electrodoméstico o dispositivo conectado al mismo.

Operable desde un teléfono inteligente o tableta, también mediante la APP “SMARTLIFE” para iOS y Android o vinculación con Alexa o Google. Se puede encender/apagar en forma manual o programando cierto horario o «rutina».

Linda Smart posee también tomas corrientes Smart, u otra opción puede ser la Zapatilla 220V de Linda Smart, la cual cumple la misma función que los anteriores, pero con la opción de conectar 4 equipos.

También existen con conexionado mediante borneras (colocación dentro de cajas), y térmicas para medir el consumo de todo un sector del hogar.

PORTONES Y CORTINAS

Existen varias opciones de hardware que puedes comprar para tener un sistema de control de cortinas automatizado con conectividad WiFi. Algunas opciones populares incluyen:

Motores de cortinas: estos son dispositivos que se instalan en la parte inferior de las cortinas y utilizan un motor eléctrico para abrir y cerrar las mismas de manera automática. Hay muchos modelos disponibles en el mercado con diferentes niveles de potencia y características, y la mayoría se pueden controlar mediante una aplicación móvil o con comandos de voz a través de un altavoz inteligente.

Controladores de cortinas: estos son dispositivos que se conectan a la red WiFi de tu hogar y se utilizan para controlar los motores de cortinas. La mayoría de los controladores de cortinas tienen una aplicación móvil que te permite programar las cortinas para abrir y cerrar en ciertos momentos del día o mediante comandos de voz a través de un altavoz inteligente.

Sensores de luz: estos dispositivos pueden conectarse a los motores de cortinas o a los controladores de cortinas y utilizan sensores de luz para determinar cuándo deben abrir o cerrar las cortinas. Por ejemplo, puedes configurar los sensores para que cierren las cortinas cuando haya luz natural suficiente en la habitación, o para que las abran cuando haya poca luz.

SENSORES Y SEGURIDAD

Sensores del aire, humedad:

Nest Protect Detecta fuegos de combustión lenta y rápida.

Cuenta con un sensor de espectro disperso para detectar el humo, comprueba su propio funcionamiento automáticamente y dura hasta 10 años. Además, puedes silenciarlo desde el teléfono sin necesidad de ningún dispositivo adicional, te dice qué va mal e incluso te envía alertas al teléfono.

NetAtmo Sensor de calidad de aire

El sensor inteligente de calidad del aire interior de Netatmo fue diseñado para guiarlo. Ya sea el nivel de CO₂ para evitar dolores de cabeza al trabajar desde casa, el nivel de humedad recomendado para un niño con asma, el nivel sonoro y temperatura más adecuada para un sueño reparador. Un dispositivo ideal para ambientes controlados contra COVID-19.

Linda Smart posee un sensor de humedad y temperatura tanto para uso industrial como doméstico. Este sensor permite medir la temperatura y la humedad, y tiene una pantalla que muestra la información en tiempo real. Toda la línea de sensores es una gran herramienta para automatizar otros dispositivos. A través de la app puedes automatizar funciones de otros dispositivos basándote en los resultados de este sensor. Ejemplo: Si la temperatura supera los 27 grados, enciende el enchufe inteligente (con un ventilador enchufado). Si la humedad supera el 40%, enciende el aire acondicionado a 22 grados.

Alarmas

Pronext tiene una economica central de Alarma WiFi, con capacidad de administrar hasta 30 sensores (cada sensor es una zona)

La alarma WALA 200, te avisa mediante notificación directa al celular. con la APP SMARTLIFE, totalmente controlable desde un smartphone (Android o IOS).

Se le debe agregar los sensores de movimiento y magnéticos necesarios. Como asi tambien la sirena Exterior.

Camaras:

Es evidente que el uso de estos dispositivos de captación de imagen está orientado a la vigilancia de exteriores e interiores de una propiedad para prevenir hurtos y daños.

Existen infinidad de marcas y modelos, pero podriamos recomendar:

ARLO:

Tiene variedad importante de cámaras internas y externas. Todas pueden conectarse via Wifi, incluso algunos modelos con una SIM 4G.

Arlo posee una variedad de camaras de videovigilancia para exteriores (con o sin Led de iluminacion), para interiores (con y sin cable).

NEST:

La cámara Nest de la propia Google.

Como casi todas las cámaras de su clase, se conecta a tu Wi-Fi y graba un Angulo de 135º en resolución 1080p (Full HD) con audio incluido y parlante para poder hablarle a la persona detectada. Tiene detección de personas y notificación, delimitación de zonas de vigilancia y, además, puedes instalarla fácilmente en cualquier repisa o incluso pared.

El HDR y Visión Nocturna ayudan con el brillo y el contraste bajo la luz del día, y ofrecen una mejor imagen aunque haya poca o ninguna luz, tanto de día como de noche, podrás saber fácilmente si hay alguien en tu propiedad.

Guarda tus vídeos de manera segura en la nube de Google (hasta 3 hs) y, si te suscribes al servicio Nest Aware, podrás acceder a un historial de 60 días de vídeo. Existen dos modelos: Interior (con cable), y Exterior (sin cable y con batería).

Ring:

Ring es conocido por sus dispositivos Smarts.

Posee una linea muy completa de cámaras de interior y Exterior, que en conjunto a su APP es una de las mejores combinaciones para utilizar Google Home y Alexa. existentes.

Tienen detección de movimiento, y se puede escuchar y hablar hacia la cámara, algunas con luces incorporadas.

Control de Acceso, Cerraduras y Porteros visor:

Pronext posee una cerradura Smart para casas y departamentos, la cual cuenta con un Picaporte Smart + lector de Huella + App SmartLife

Permite ingresar desde tu celular o bien compartirle tu cerradura alguna persona y que esta pueda ingresar, tambien ingresar por Huella Digital, ingresando mediante simplemente tu dedo y de todas las personas que registres con su huella. (Hasta 100 huellas)

Ingreso con Llave Mecánica: Te olvidaste la clave? o estuviste fuera de casa mucho tiempo y no viste el aviso de batería baja?. No importa podes también ingresar con algunas de las llaves incluidas en el kit.

Distintas formas de habilitaciones a los usuarios Permanente, Temporal, Único o Cíclico.

Totalmente aplicables para alquileres convencionales o Airbnb, ya que permite el cambio de contraseña de la cerradura muy fácilmente, facilitando la seguridad. Útil también para personal de servicio.

Tambien existe otro modelo que agrega la opcion de ingresar tipeando una Clave de Seguridad (Hasta 500 claves), o bien por tarjeta MILFARE: Podes ingresar tambien mediante alguna de las 2 tarjetas incluidas o bien con la SUBE. (Hasta 500 tarjetas)

Linda Smart posee otra opcion similar que funciona con una Huella Dactilar, con un código numérico, con una tarjeta de acceso y con una llave en caso de que prefieras seguir con el método tradicional.

Brinda un sinfín de beneficios como la programación de usuarios y horarios para que tanto las personas que entran y salen regularmente, como sus invitados, puedan tener acceso de acuerdo a lo que se necesite. Pudiendo programar eso de forma sencilla con nuestra app a través de Wi-Fi.

NEST tiene su modelo de Google NEST DOORBELL te muestra quién está en la puerta para que no te pierdas nada. Se coloca en lugar del timbre que tienes conectado, reproduce vídeo en HD y ofrece imágenes claras y nítidas, incluso por la noche (Vídeo de alta definición con HDR y Visión Nocturna), cubriendo 150º en proporción 4:3.

Está diseñado para mantenerte al tanto de cualquier movimiento, ya sea una persona o un paquete depositado en el suelo. Además, transmite información las 24 horas del día, por lo que puedes echar un vistazo en cualquier momento e incluso volver atrás y repasar el historial de las 3 horas posteriores, por si te has perdido algo.

Tiene la función de «Caras Familiares» con lo cual puede reconocer quien esta frente a su puerta.

Existen dos versiones: Nest Doorbell (con bateria y sin cable), y Nest Dorbell (con cable)

Linda Smart posee un portero Smart que se conecta directamente con la APP Smart home (y desde esta a Google Assitant, Alexa)

Con este Videoportero Inteligente puedes ver lo que hay al otro lado en cualquier momento. Puede interactuar como si fuera una videollamada, pero no se preocupe, no pueden verle al otro lado.

Puede instalarse tanto con corriente eléctrica de 12 a 24 voltios, como de forma inalámbrica gracias a sus baterías integradas que proporcionan un excelente rendimiento.

Funciona con Wi-Fi y tiene funciones increíbles como la detección de movimiento programable gracias a su sensor de movimiento, y la visión nocturna de alta calidad.

La marca Ring posee una linea amplia para elegir, son verdaderos timbres con y sin cables, de una resolución increíble, una vista que lo abarca todo, detección precisa de personas y paquetes, y una excelente detección de movimiento, no puede equivocarse con este tipo de timbre. Esto es doblemente cierto si usa dispositivos Alexa, como altavoces Echo y pantallas inteligentes, con los que funciona muy bien (Ring es propiedad de Amazon).

Si está firmemente en otro ecosistema, Arlo Video Doorbell Wi-Fi es una excelente opción, ya que agrega compatibilidad con Apple HomeKit y Google Home y más alertas inteligentes (también puede detectar mascotas y vehículos). También es más barato, pero su sensibilidad al movimiento y conectividad no son tan buenas como las del Ring.

Aqara ofrece un timbre inteligente con cámara que incluye reconocimiento facial y almacenamiento en la nube gratuito.

Funciona con Apple Home, Amazon Alexa, Google Home y su propio ecosistema de hogar inteligente.

La cámara es 1080p, un campo de visión de 162 grados y una relación de aspecto horizontal de 16:9. El audio bidireccional es dúplex completo. Es decir, que podía conversar fácilmente con los visitantes.

Aqara afirma que las seis pilas AA estándar del G4 deberían durar unos cuatro meses.

Con el timbre se incluye una caja de timbre interior/repetidor Wi-Fi, una pequeña caja alimentada por USB-C con una rejilla de altavoz. Actúa como el cerebro del dispositivo y puede albergar una tarjeta microSD (hasta 512 GB) para habilitar la grabación local las 24 horas, los 7 días de la semana, una característica poco común en los timbres con video

HickVision ofrece diferentes Kits que cubren diversas funciones

El modelo DS-KIS603-P es un portero externo y pantalla visualizadora interna, con apertura de cerradura electrónica, y conexión a internet para poder «atender» al estar fuera del hogar.

CLIMATIZACIÓN

Nest posee dos modelos de Termostato, ambos con funciones de ahorro energético probadas, permite bajar la temperatura de forma automática cuando estás fuera de tu casa, y también puede controlarse desde cualquier lugar.

El termostato Nest memoriza las temperaturas que te gustan cuando estás en casa y se programa solo, solo debes cambiar la temperatura cuando quieras durante los primeros días después de que se haya instalado. Memorizará las temperaturas
que te gustan y el momento en que las cambias. Luego, se programa solo y crea un horario semanal de temperaturas.

También baja automáticamente la calefacción cuando estás fuera para ahorrar energía.

El termostato Nest también memoriza cuánto tarda en calentarse y enfriarse tu casa, ya que cada casa es distinta. Además, tiene en cuenta las condiciones meteorológicas del exterior.

Cuando hace mucho frío, tu casa puede tardar más tiempo en alcanzar la temperatura que quieres. Por lo tanto, el termostato Nest puede averiguar cuándo tiene que encender la calefacción para que tu casa se caliente a tiempo a la temperatura deseada. También aprende cuándo tiene que apagar la calefacción para no sobrepasar esa temperatura.

Nest Learning Thermostat:

Pantalla LCD de alta resolución con pantallas dinámicas donde se puede visualizar el clima, la temperatura o la hora desde el otro lado de la habitación y acceder a la configuración rápidamente cuando esté cerca. Esta creado con un anillo de metal, y funciona con el 95% de los sistemas.

Nest Thermostat E: Pantalla nítida con lente de vidrio espejado, posee una carcasa de plástico reciclado y funciona con el 85% de los sistemas.

ELECTRODOMÉSTICOS

AEG es una empresa que tiene varios productos Smarts, desde Hornos, aspiradoras hasta lavadoras.

En esta caso particular existe la lavadora secadora Serie 9000 que se conecta a la APP de AEG y luego permite configurar programas a medida de forma remota, recomendaciones de ciclo para las prendas y recibir notificaciones cuando tu ropa esté lista.

También notifica cuando la recarga de jabón se esta acabando, permite establecer horario de inicio y comprobar el progreso del lavado, todo a través del smartphone.

VARIOS

Control Remoto Universal:

La firma PRONEXT posee un Control Remoto universal Wifi Para Alexa/Google Home/Smart Life que permite controlar cualquier artefacto de la casa que este a 360 grados del mismo. utilice control remoto infrarojo.

Viene con mas de 20.000 controles pre-instalados, y si el producto no se encuentra, el control puede programar controles remotos personalizados, de aquellos controles no encontrados.


Linda Smart tambien tiene una opcion de control remoto universal

Alimentador de Mascotas:

Pronext posee un alimentador versatil de mascotas el cual permite programar la cantidad y frecuencia de alimentación, ademas de poder grabar un pensaje para la mascota.

Capacidad de contenedor 4litros. Ideal para gatos, perros chicos y medianos. Potenciado por la APP SMART LIFE

Linda Smart ofrece otro comedero inteligente para mascotas que permite verlos a través de la cámara e interactuar con ellos. Puedes seguir organizando tus viajes con tranquilidad y poder alimentar y ver a tu mascota a distancia. Diseñado para gatos y perros pequeños y medianos.

Linda Smart ofrece también un Bebedero para Mascotas que acompaña al comedero en el cumplimiento de la función de que su mascota pueda alimentarse e hidratarse cuando usted no está.

El bebedero es una fuente constante de agua limpia y purificada para la hidratación de su mascota. Dispone de filtros intercambiables y purifica el agua con su sistema de desinfección por rayos UV.

El agua se mantiene en circulación y gracias a su recordatorio de recarga, a su mascota nunca le faltará agua.

Botellas de Agua Smarts

Botella inteligente con conexión Bluetooth. La cual permite crear un plan de hidratación individual con suministro de agua recomendado, realiza un seguimiento de su ingesta y le recuerda cuándo beber.

Existen varias marcas como la de Equa, Hidrate Spark, y WaterH entro otras.

Todas tienen alguna señal visual cuando es el momento de tomar tu próximo sorbo.

Humificador

Pronext posee un humicador Smart, el cual puede, a traves de la APP SmartLife, conectarse a Alexa o Google Home.

Viene en Color Madera Oscura y Clara con Led intercambiables mediante la app (7 colores), con un Area de aplicación: 30-45 metros cuadrados y una capacidad de 400ml. Permite programar la duración y horario de la humificación

Balanza

Linda Smart posee Báscula digital inteligente que permite tener la información básica del cuerpo en la palma de la mano a través del móvil. Mide 13 parámetros de salud y está sincronizada con Fitbit y Google Fit.

ACTUALIZACION: 17/07/2023

DOMOTICA – SMART HOME

Cuento: “El Encuentro”

El hecho aconteció, por lo demás, hacia 1910, el año del cometa y del Centenario, y son tantas las cosas que desde entonces hemos poseído y perdido.

Los protagonistas ya han muerto; quienes fueron testigos del episodio juraron un solemne silencio. También yo alcé la mano para jurar y sentí la importancia de aquel rito, con toda la romántica seriedad de mis nueve o diez años. No sé si los demás advirtieron que yo había dado mi palabra; no sé si guardaron la suya.

Sea lo que fuere, aquí va la historia, con las inevitables variaciones que traen el tiempo y la buena o la mala literatura.

Mi primo Lafinur me llevó esa tarde a un asado en la quinta de Los Laureles. No puedo precisar su topografía; pensemos en uno de esos pueblos del Norte, sombreados y apacibles, que van declinando hacia el río y que nada tienen que ver con la larga ciudad y con su llanura.

El viaje en tren duró lo bastante para que me pareciera tedioso, pero el tiempo de los niños, como se sabe, fluye con lentitud.

Había empezado a oscurecer cuando atravesamos el portón de la quinta. Ahí estaban, sentí, las antiguas cosas elementales: el olor de la carne que se dora, los árboles, los perros, las ramas secas, el fuego que reúne a los hombres.

Los invitados no pasaban de una docena; todos, gente grande. El mayor, lo supe después, no había cumplido aun los treinta años.

Eran, no tardé en comprender, doctos en temas de los que sigo siendo indigno: caballos de carrera, sastrería, vehículos, mujeres notoriamente costosas.

Nadie turbó mi timidez, nadie reparó en mí. El cordero, preparado con diestra lentitud por uno de los peones, nos demoró en el largo comedor.

Las fechas de los vinos se discutieron. Había una guitarra; mi primo, creo recordar, entonó La tapera y El gaucho de Elías Regules y unas décimas en lunfardo, en el menesteroso lunfardo de aquellos años, sobre un duelo a cuchillo en una casa de la calle Junín.

Trajeron el café y los cigarros de hoja. Ni una palabra de volver. Yo sentía (la frase es de Lugones) el miedo de lo demasiado tarde.

No quise mirar el reloj. Para disimular mi soledad de chico entre mayores, apuré sin agrado una copa o dos.

Uriarte propuso a gritos a Duncan un póker mano a mano. Alguien objetó que esa manera de jugar solía ser muy pobre y sugirió una mesa de cuatro. Duncan lo apoyó, pero Uriarte, con una obstinación que no entendí, ni traté de entender, insistió en lo primero.

Fuera del truco, cuyo fin esencial es poblar el tiempo con diabluras y versos y de los modestos laberintos del solitario, nunca me gustaron los naipes.

Me escurrí sin que nadie lo notara. Un caserón desconocido y oscuro (sólo en el comedor había luz) significa más para un niño que un país ignorado para un viajero. Paso a paso exploré las habitaciones; recuerdo una sala de billar, una galería de cristales con formas de rectángulos y de rombos, un par de sillones de hamaca y una ventana desde la cual se divisaba una glorieta.

En la oscuridad me perdí; el dueño de casa, cuyo nombre, a la vuelta de los años, puede ser Acevedo o Acebal, dio por fin conmigo.

Por bondad o para complacer su vanidad de coleccionista, me llevó a una vitrina. Cuando prendió la lámpara, vi que contenía armas blancas. Eran cuchillos que en su manejo se habían hecho famosos. Me dijo que tenía un campito por el lado de Pergamino y que yendo y viniendo por la provincia había ido juntando esas cosas.

Abrió la vitrina y sin mirar las indicaciones de las tarjetas, me refirió su historia, siempre más o menos la misma, con diferencias de localidades y fechas. Le pregunté si entre las armas no figuraba la daga de Moreira, en aquel tiempo el arquetipo del gaucho, como después lo fueron Martín Fierro y Don Segundo Sombra.

Hubo de confesar que no, pero que podía mostrarme una igual, con el gavilán en forma de U. Lo interrumpieron unas voces airadas. Cerró inmediatamente la vitrina; yo lo seguí. Uriarte vociferaba que su adversario le había hecho una trampa. Los compañeros los rodeaban, de pie.

Duncan, recuerdo, era más alto que los otros, robusto, algo cargado de hombros, inexpresivo, de un rubio casi blanco; Maneco Uriarte era movedizo, moreno, acaso achinado, con un bigote petulante y escaso.

Era evidente que todos estaban ebrios; no sé si había en el piso dos o tres botellas tiradas o si el abuso del cinematógrafo me sugiere esa falsa memoria.

Las injurias de Uriarte no cejaban, agudas y ya obscenas. Duncan parecía no oírlo; al fin, como cansado, se levantó y le dio un puñetazo. Uriarte, desde el suelo, gritó que no iba a tolerar esa afrenta y lo retó a batirse.

Duncan dijo que no, y agregó a manera de explicación:—Lo que pasa es que le tengo miedo.

La carcajada fue general. Uriarte, ya de pie, replicó:—Voy a batirme con usted y ahora mismo.

Alguien, Dios lo perdone, hizo notar que armas no faltaban. No sé quién abrió la vitrina. Maneco Uriarte buscó el arma más vistosa y más larga, la del gavilán en forma de U; Duncan, casi al desgaire, un cuchillo de cabo de madera, con la figura de un arbolito en la hoja. Otro dijo que era muy de Maneco elegir una espada. A nadie le asombró que le temblara en aquel momento la mano; a todos, que a Duncan le pasara lo mismo.

La tradición exige que los hombres en trance de pelear no ofendan la casa en que están y salgan afuera. Medio en jarana, medio en serio, salimos a la húmeda noche. Yo no estaba ebrio de vino, pero sí de aventura; yo anhelaba que alguien matara, para poder contarlo después y para recordarlo.

Quizá en aquel momento los otros no eran más adultos que yo. También sentí que un remolino, que nadie era capaz de sujetar, nos arrastraba y nos perdía.

No se prestaba mayor fe a la acusación de Maneco; todos la interpretaban como fruto de una vieja rivalidad, exacerbada por el vino.

Caminamos entre árboles, dejamos atrás la glorieta. Uriarte y Duncan iban a la cabeza; me extrañó que se vigilaran, como temiendo una sorpresa.

Bordeamos un cantero de césped. Duncan dijo con suave autoridad:—Este lugar es aparente. Los dos quedaron en el centro, indecisos. Una voz les gritó:—Suelten esa ferretería que los estorba y agárrense de veras. Pero ya los hombres peleaban.

Al principio lo hicieron con torpeza, como si temieran herirse; al principio miraban los aceros, pero después los ojos del contrario.

Uriarte había olvidado su ira; Duncan, su indiferencia o desdén. El peligro los había transfigurado; ahora eran dos hombres los que peleaban, no dos muchachos.

Yo había previsto la pelea como un caos de acero, pero pude seguirla, o casi seguirla, como si fuera un ajedrez.

Los años, claro está, no habrán dejado de exaltar o de oscurecer lo que vi. No sé cuánto duró; hay hechos que no se sujetan a la común medida del tiempo. Sin el poncho que hace de guardia, paraban con el antebrazo los golpes. Las mangas, pronto jironadas, se iban oscureciendo de sangre.

Pensé que nos habíamos engañado al presuponer que desconocían esa clase de esgrima. No tardé en advertir que se manejaban de manera distinta. Las armas eran desparejas. Duncan, para salvar esa desventaja, quería estar muy cerca del otro; Uriarte retrocedía para tirarse en puñaladas largas y bajas.

La misma voz que había indicado la vitrina gritó:—Se están matando. No los dejen seguir. Nadie se atrevió a intervenir.

Uriarte había perdido terreno; Duncan entonces lo cargó. Ya casi se tocaban los cuerpos.

El acero de Uriarte buscaba la cara de Duncan. Bruscamente nos pareció más corto, porque había penetrado en el pecho.

Duncan quedó tendido en el césped. Fue entonces cuando dijo con voz muy baja:—Qué raro. Todo esto es como un sueño. No cerró los ojos, no se movió y yo había visto a un hombre matar a otro.

Maneco Uriarte se inclinó sobre el muerto y le pidió que lo perdonara. Sollozaba sin disimulo. El hecho que acababa de cometer lo sobrepasaba. Ahora sé que se arrepentía menos de un crimen que de la ejecución de un acto insensato. No quise mirar más.

Lo que yo había anhelado había ocurrido y me dejaba roto. Lafinur me dijo después que tuvieron que forcejear para arrancar el arma. Se formó un conciliábulo. Resolvieron mentir lo menos posible y elevar el duelo a cuchillo a un duelo con espadas.

Cuatro se ofrecieron como padrinos, entre ellos Acebal. Todo se arregla en Buenos Aires; alguien es siempre amigo de alguien.

Sobre la mesa de caoba quedó un desorden de barajas inglesas y de billetes que nadie quería mirar o tocar.

En los años siguientes pensé más de una vez en confiar la historia a un amigo, pero siempre sentí que ser poseedor de un secreto me halagaba más que contarlo.

Hacia 1929, un diálogo casual me movió de pronto a romper el largo silencio. El comisario retirado don José Olave me había contado historias de cuchilleros del bajo del Retiro; observó que esa gente era capaz de cualquier felonía, con tal de madrugar al contrario, y que antes de los Podestá y de Gutiérrez casi no hubo duelos criollos.

Le dije haber sido testigo de uno y le narré lo sucedido hace tantos años. Me oyó con atención profesional y después me dijo:—¿Está seguro de que Uriarte y el otro no habían visteado nunca? A lo mejor, alguna temporada en el campo les había servido de algo.—No —le contesté. —Todos los de esa noche se conocían y todos estaban atónitos.

Olave prosiguió sin apuro, como si pensara en voz alta:—Una de las dagas tenía el gavilán en forma de U. Dagas como ésas hubo dos que se hicieron famosas: la de Moreira y la de Juan Almada, por Tapalquén.

Algo se despertó en mi memoria; Olave prosiguió:—Usted mentó asimismo un cuchillo con cabo de madera, de la marca de Arbolito. Armas como ésas hay de a miles, pero hubo una…Se detuvo un momento y prosiguió:—El señor Acevedo tenía su establecimiento de campo cerca de Pergamino. Precisamente por aquellos pagos anduvo, a fines del siglo, otro pendenciero de mentas: Juan Almanza.

Desde la primera muerte que hizo, a los catorce años, usaba siempre un cuchillo corto de ésos, porque le trajo suerte. Juan Almanza y Juan Almada se tomaron inquina, porque la gente los confundía. Durante mucho tiempo se buscaron y nunca se encontraron.

A Juan Almanza lo mató una bala perdida, en unas elecciones. El otro, creo, murió de muerte natural en el hospital de Las Flores. Nada más se dijo esa tarde. Nos quedamos pensando.

Nueve o diez hombres, que ya han muerto, vieron lo que vieron mis ojos — la larga estocada en el cuerpo y el cuerpo bajo el cielo — pero el fin de otra historia más antigua fue lo que vieron. Maneco Uriarte no mató a Duncan; las armas, no los hombres, pelearon. Habían dormido, lado a lado, en una vitrina, hasta que las manos las despertaron.

Acaso se agitaron al despertar; por eso tembló el puño de Uriarte, por eso tembló el puño de Duncan. Las dos sabían pelear — no sus instrumentos, los hombres — y pelearon bien esa noche.

Se habían buscado largamente, por los largos caminos de la provincia, y por fin se encontraron, cuando sus gauchos ya eran polvo.

En su hierro dormía y acechaba un rencor humano .Las cosas duran más que la gente. Quién sabe si la historia concluye aquí, quién sabe si no volverán a encontrarse.

Autor: Jorge Luis Borges

Cuento: “El Encuentro”

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El puente del troll

Quitaron casi todas las vías férreas a principios de los sesenta, cuando yo tenía tres o cuatro años. Recortaron drásticamente el servicio de trenes. Eso significaba que no había adonde ir si no era a Londres, y la pequeña ciudad donde yo vivía se convirtió en el final de la línea.

El primer recuerdo fiable que tengo: a los dieciocho meses, mi madre está en el hospital dando a luz a mi hermana y mi abuela pasea conmigo hasta un puente y me alza para que vea el tren que pasa por debajo, jadeando y echando vapor como un dragón de hierro negro.

Durante los años siguientes, se perdió el último de los trenes a vapor y, con él, desapareció la red de vías férreas que unían pueblo con pueblo, ciudad con ciudad.

Yo no sabía que los trenes estaban desapareciendo. Para cuando tenía siete años, habían pasado a la historia. Vivíamos en una casa vieja en las afueras de la ciudad. Los campos de enfrente estaban vacíos y en barbecho.

Solía saltar la valla y echarme a leer a la sombra de un juncal pequeño; o si me sentía más intrépido exploraba el parque de la casa solariega vacía que había al otro lado de los campos. Tenía un estanque ornamental atascado por las algas, sobre el que había un puente bajo de madera. Nunca vi a un encargado o a un guarda en mis incursiones en los jardines y bosques y nunca intenté entrar en la casa solariega. Eso habría sido exponerse al desastre y, además, para mí era cuestión de fe que todas las casas viejas y vacías estaban embrujadas.

No es que fuera crédulo, simplemente creía en todo lo que era oscuro y peligroso. Parte de mi credo juvenil era que la noche estaba llena de fantasmas y brujas, hambrientos y agitando los brazos y vestidos completamente de negro.

Lo opuesto también era válido y eso me tranquilizaba: la luz del día era segura. La luz del día siempre era segura.

Un ritual: el último día del tercer trimestre escolar, de camino a casa, me quitaba los zapatos y los calcetines y, sujetándolos con las manos, recorría el camino pedregoso de sílex con pies rosados y tiernos. Durante las vacaciones de verano sólo me ponía los zapatos bajo coacción. Gozaba no teniendo que llevar calzado hasta que el colegio empezase otra vez en septiembre.

A los siete años descubrí el sendero que atravesaba el bosque. Era un verano caluroso y radiante y aquel día me alejé mucho de casa.

Estaba explorando. Pasé junto a la casa solariega, con sus ventanas cerradas con tablas y tapiadas, crucé el parque y atravesé unos bosques desconocidos. Bajé gateando por un talud empinado y me encontré en un sendero sombreado que para mí era nuevo y que estaba cubierto de árboles; la luz que atravesaba las hojas estaba teñida de verde y oro, y pensé que me hallaba en el país de las hadas.

Un riachuelo corría junto al sendero, repleto de renacuajos diminutos y transparentes. Cogí algunos y observé cómo se removían y daban vueltas. Luego los devolví al agua.

Paseé por el sendero. Era totalmente recto y estaba cubierto de hierba corta. De vez en cuando encontraba unas rocas fantásticas: cosas fundidas y llenas de burbujas, marrones y violetas y negras. Si las ponías a contraluz veías todos los colores del arco iris. Estaba convencido de que tenían que ser sumamente valiosas y me llené los bolsillos.

Caminé y caminé por el silencioso pasillo dorado y verde y no vi a nadie.

No tenía ni hambre ni sed. Sólo me preguntaba adónde iría el sendero. Iba en línea recta y era totalmente llano. El sendero nunca cambiaba, pero el campo que lo rodeaba sí. Al principio estuve caminando por el fondo de un barranco, con pendientes cubiertas de hierba que ascendían abruptamente a ambos lados. Más tarde, el sendero estaba encima de todo y, mientras andaba, veía las copas de los árboles que había abajo y los tejados de las casas lejanas y aisladas. El sendero era siempre llano y recto, y caminé por él atravesando valles y mesetas y más valles y más mesetas. Al final, en uno de esos valles, llegué al puente.

Estaba hecho de ladrillos rojos y limpios, un arco enorme sobre el sendero. A un lado del puente había unos escalones de piedra excavados en el terraplén y, en lo alto de la escalera, una verja pequeña de madera.

Me sorprendí al ver una prueba de la existencia de la humanidad en mi sendero, pues ya estaba convencido de que se trataba de una formación natural, igual que un volcán. Entonces, con un sentido más de curiosidad que de otra cosa (al fin y al cabo, había recorrido cientos de millas, o eso creía, y podía estar en cualquier sitio), subí los escalones de piedra, abrí la verja y pasé.

No estaba en ningún sitio.

La parte de arriba del puente estaba pavimentada con barro. A cada extremo del puente había un prado. El prado de mi extremo era un campo de trigo; en el otro campo sólo había hierba. En el barro seco se veían las huellas endurecidas de las ruedas enormes de un tractor. Crucé el puente para asegurarme: no se oyó ningún trip-trap, mis pies descalzos no producían ningún sonido.

No había nada en varias millas a la redonda; sólo campos y trigo y árboles.

Cogí una espiga de trigo y saqué los granos dulces, los pelé entre los dedos y los mastiqué meditabundo. Entonces me di cuenta de que empezaba a tener hambre y bajé las escaleras hasta la vía férrea abandonada.

Era hora de irse a casa. No me había perdido; lo único que tenía que hacer era volver a seguir el sendero hasta casa.

Había un troll esperándome, debajo del puente.

―Soy un troll ―dijo.

Era inmenso: su cabeza rozaba el arco de ladrillos. Era más o menos transparente: yo veía los ladrillos y los árboles que había detrás de él, borrosos pero no perdidos. Era todas mis pesadillas en carne y hueso. Tenía dientes enormes y afilados, zarpas desgarradoras y manos fuertes y peludas. Tenía el pelo largo, como una de las muñecas de plástico de mi hermana, y los ojos saltones.

―Te he oído, Jack ―susurró en una voz como el viento―. He oído el trip-trap de tus pasos por mi puente. Y ahora me voy a comer tu vida.

Yo sólo tenía siete años, pero era de día y no recuerdo que estuviese asustado. A los niños les va bien encontrarse con los elementos de un cuento de hadas, están muy preparados para enfrentarse a ellos.

―No me comas ―le dije al troll. Yo llevaba una camiseta a rayas marrones y pantalones de pana marrón. Tenía el pelo castaño y me faltaba un diente de delante. Estaba aprendiendo a silbar entre los dientes, pero aún me faltaba un poco.

―Me voy a comer tu vida, Jack ―dijo el troll. Le miré fijamente.

―Mi hermana mayor vendrá por el sendero muy pronto ―mentí― y está mucho más sabrosa que yo. Cómetela a ella.

El troll olisqueó el aire y sonrió.

―Estás completamente solo ―dijo―. No hay nada más en el sendero. Absolutamente nada.

Entonces se inclinó y me pasó los dedos por encima: fue como si unas mariposas me rozasen la cara, como si me palpara un ciego. Luego se olfateó los dedos y negó con la cabeza.

―No tienes una hermana mayor. Sólo una hermana menor y hoy está en casa de su amiga.

―¿Has adivinado todo eso por el olor? ―pregunté, atónito.

―Los trolls pueden oler los arcos iris y también pueden oler las estrellas ―susurró tristemente―. Los trolls pueden oler los sueños que soñaste antes de que hubieras nacido. Acércate y me comeré tu vida.

―Llevo piedras preciosas en el bolsillo ―le dije al troll―. Quédate con ellas y no conmigo. Mira. ―Le enseñé las rocas preciosas de lava que había encontrado antes.

―Escoria de hulla ―dijo el troll―. Los residuos de los trenes a vapor. Para mí no tienen ningún valor.

Abrió bien la boca. Dientes afilados. Aliento que olía a hongos y a la parte de abajo de las cosas.

―Te voy a comer, ahora- Dijo el Troll.

Se fue volviendo más y más sólido, más y más real; y el mundo exterior se volvió más llano y empezó a desvanecerse.

―Espera ―clavé los pies en la tierra húmeda bajo el puente, moví los dedos de los pies, me agarré fuerte al mundo real. Le miré fijamente a los ojos grandes―. Tú no quieres comerte mi vida. Aún no. Y yo tengo sólo siete años. Aún no he vivido nada. Hay libros que no he leído todavía. Nunca me he subido a un avión. Aún no sé silbar, no mucho. ¿Por qué no dejas que me vaya? Cuando sea mayor y más grande y sea una comida mejor que ahora, volveré contigo.

El troll me miró con ojos como faros. Después asintió con la cabeza.

―Cuando vuelvas, entonces ―dijo. Y sonrió.

Me di la vuelta y caminé por el sendero recto y silencioso donde antes habían estado las vías férreas.

Después de un rato empecé a correr.

Recorrí el camino con pasos pesados, a la luz verde, bufando y resoplando, hasta que sentí un dolor punzante bajo el tórax, el dolor del flato; y, apretándome el costado, llegué a casa a trompicones.

Los campos empezaron a desaparecer a medida que me hacía mayor. Una a una, hilera a hilera, surgieron casas con calles a las que les habían puesto el nombre de plantas silvestres y escritores respetables. Vendieron nuestra casa, un edificio victoriano viejo y ruinoso, y la tiraron abajo; casas nuevas cubrieron el jardín.

Construyeron casas por todas partes.

Una vez  me perdí  en  una urbanización  que cubría dos  prados  de los  que antes  había conocido  cada centímetro. Sin embargo, no me importaba demasiado que los campos estuvieran desapareciendo. Una multinacional compró la antigua casa solariega y el parque se convirtió en más casas.

Pasaron ocho años antes de que regresara a la vieja línea férrea y, cuando lo hice, no estaba solo.

Tenía quince años; había cambiado de colegio dos veces durante ese tiempo. Ella se llamaba Louise y era mi primer amor.

Amaba sus ojos grises y su fino cabello castaño claro y su forma desgarbada de andar (como un cervato que está aprendiendo a andar, lo que suena muy tonto así que pido disculpas): la vi masticando chicle, cuando yo tenía trece años, y me perdí por ella como un ciego en un laberinto.

El problema principal de estar enamorado de Louise era que éramos respectivamente el mejor amigo del otro, y que ambos salíamos con otra gente.

Nunca le había dicho que la amaba, ni siquiera que me gustaba. Éramos colegas.

Había estado en su casa aquella noche: nos quedamos en su habitación y pusimos Rattus Norvegicus, el primer LP de los Stranglers. Era el principio del punk y todo parecía tan emocionante: las posibilidades, tanto en música como en todo lo demás, eran infinitas. Al final fue hora de irse a casa y ella decidió acompañarme. Nos cogimos de la mano, inocentemente, como amigos, y paseamos los diez minutos que había hasta mi casa.

La luna brillaba, el mundo era visible e incoloro y hacía una noche cálida.

Llegamos a mi casa. Vimos luces dentro y nos quedamos en el camino de entrada y hablamos del grupo que yo estaba montando. No entramos.

Entonces decidimos que yo la acompañaría a ella hasta su casa. Así que nos pusimos en camino.

Me habló de las batallas que tenía con su hermana menor, que le robaba el maquillaje y el perfume. Louise sospechaba que su hermana estaba acostándose con chicos. Louise era virgen. Ambos lo éramos.

Estábamos en la calle que había delante de su casa, bajo la luz amarillo sodio de la farola, y nos mirábamos los labios negros y las caras amarillo pálido.

Nos sonreímos.

Entonces nos pusimos a andar, escogiendo calles silenciosas y senderos vacíos. En una de las urbanizaciones nuevas, un sendero nos llevó al bosque y lo seguimos.

El sendero era recto y oscuro, pero las luces de las casas lejanas brillaban como estrellas en la tierra y la luna nos daba luz suficiente para ver. Una vez nos asustamos, cuando algo bufó y resopló delante de nosotros. Nos apretujamos, vimos que era un tejón, nos reímos y nos abrazamos y seguimos andando.

Hablábamos en voz baja, de tonterías, de lo que soñábamos y lo que queríamos y lo que pensábamos. Y todo el tiempo quería besarla y tocarle los pechos y, quizá, meterle la mano entre las piernas.

Al final vi mi oportunidad. Había un puente de ladrillos viejo encima del sendero y nos paramos debajo de él. Me apretujé contra ella. Abrió la boca para besarme.

Entonces se quedó fría y rígida y dejó de moverse.

―Hola ―dijo el troll.

Solté a Louise. Estaba oscuro debajo del puente, pero la figura del troll llenaba la oscuridad.

―La he congelado ―dijo el troll―, para que podamos hablar. Ahora me voy a comer tu vida. El corazón me latía con fuerza y sentía que estaba temblando.

―No.

―Dijiste que volverías conmigo. Y lo has hecho.

¿Aprendiste a silbar?

―Sí.

―Eso está bien. Yo nunca supe silbar ―husmeó y asintió con la cabeza―. Estoy satisfecho. Has crecido en vida y experiencia. Más para comer. Más para mí.

Agarré a Louise, una zombi tiesa, y la empujé hacia delante.

―No me cojas a mí. No quiero morir. Cógela a ella. Apuesto a que está mucho más deliciosa que yo. Además, es dos meses mayor que yo. ¿Por qué no te la llevas a ella?

El troll se quedó callado.

Olisqueó a Louise de pies a cabeza, olfateándole los pies y la entrepierna y los pechos y el pelo.

Entonces me miró.

―Es una inocente ―dijo―. Tú no. No la quiero a ella. Te quiero a ti.

Fui hasta la abertura del puente y me quedé mirando las estrellas del cielo nocturno.

―Pero es que hay tantas cosas que no he hecho nunca

―dije, en parte a mí mismo―. O sea, nunca he… bueno, nunca me he acostado con nadie. Nunca he ido a

América. Y no he… ―hice una pausa―. No he hecho nada. Aún no. El troll no dijo nada.

―Podría volver contigo. Cuando sea mayor. El troll no dijo nada.

―Volveré. De veras que sí.

―¿Que volverás conmigo? ―dijo Louise―. ¿Por qué?

¿Adónde vas?

Me di la vuelta. El troll había desaparecido y la chica que había creído que amaba estaba envuelta por las sombras bajo el puente.

―Nos vamos a casa ―le dije―. Venga. Regresamos y no dijimos ni una palabra.

Louise salió con el batería del grupo de punk que yo había montado y, mucho después, se casó con otro. Nos encontramos una vez, en un tren, después de que se hubiera casado, y me preguntó si recordaba aquella noche.

Le dije que sí.

―Me gustabas mucho, aquella noche, Jack ―me dijo―. Pensé que ibas a besarme. Pensé que ibas a pedirme que saliera contigo. Te hubiera dicho que sí. Si me lo hubieses pedido.

―Pero no lo hice.

―No ―dijo―. No lo hiciste ―llevaba el pelo muy corto. No le quedaba.

No la volví a ver. La mujer estilizada de la sonrisa tensa no era la chica que yo había amado y hablar con ella me hizo sentir incómodo.

Me fui a vivir a Londres y, entonces, unos años después, volví, pero la ciudad a la que regresé no era la ciudad que yo recordaba: no había campos, ni granjas, ni caminitos de pedernal; y me mudé lo antes que pude a un pueblo diminuto a diez millas de allí.

Me mudé con mi familia ―ya estaba casado y tenía un niño pequeño― a una casa vieja que había sido, mucho años antes, una estación de tren. Habían quitado las vías y la anciana pareja que vivía enfrente de nuestra casa utilizaba aquel terreno para cultivar verduras.

Estaba envejeciendo. Un día me encontré una cana; otro, escuché una cinta en la que me había grabado hablando y me di cuenta de que sonaba exactamente igual que mi padre.

Trabajaba en Londres,   en el departamento de contratación de una de las compañías discográficas más importantes. Iba en tren a Londres casi todos los días y volvía a casa algunas noches.

Tenía que alquilar un pisito en Londres; es difícil ir y volver a casa cada día cuando los grupos que estás examinando  no  salen  tambaleándose  al  escenario  hasta medianoche.  Eso  también  significaba que era bastante fácil echar un polvo, si quería, y así era.

Pensé que Eleonora ―así se llamaba mi mujer; debería haberlo mencionado antes, supongo― no sabía nada sobre las otras mujeres; pero regresé de una excursión de dos semanas a Nueva York un día de invierno y, cuando llegué, la casa estaba vacía y fría.

Me había dejado una carta, no una nota. Quince páginas, muy bien mecanografiadas, y todas y cada una de las palabras que había escrito eran ciertas. La posdata incluida, que decía: En realidad no me quieres. Nunca me has querido.

Me puse un abrigo grueso y salí de casa y caminé, estupefacto y un poco atontado.

No había nieve en el suelo, pero había una escarcha dura y las hojas crujían bajo mis pies mientras andaba. Los árboles eran de un negro desnudo contra el cielo invernal crudo y gris.

Caminé junto a la carretera. Me pasaban los coches, que iban o venían de Londres. Una vez tropecé con una rama, medio escondida entre un montón de hojas secas, y me caí, me rasgué los pantalones y me hice un corte en la pierna.

Llegué al pueblo de al lado. Un río formaba un ángulo por la derecha con la carretera y había un sendero junto a él que no había visto nunca, y caminé por el sendero mientras miraba el río medio helado. Borboteaba, salpicaba y cantaba.

El sendero llevaba por unos campos; era recto y estaba cubierto de hierba.

Encontré una roca, medio enterrada, a un lado del sendero. La cogí, le quité el barro. Era un pedazo fundido de una sustancia violácea, con un extraño brillo multicolor. Me la puse en el bolsillo del abrigo y la sostuve en la mano mientras andaba, sintiendo su presencia cálida y tranquilizadora.

El río se alejó serpenteando por los campos y yo seguí andando en silencio.

Llevaba una hora caminando cuando vi las casas, nuevas y pequeñas y cuadradas, en el terraplén que había delante de mí.

Entonces vi el puente y supe dónde estaba: me hallaba en el sendero de las viejas vías férreas y lo había estado siguiendo desde la otra dirección.

Me puse bajo el arco de ladrillos rojos del puente, entre envoltorios de helado y bolsas de patatas fritas y un único condón triste y usado, y observé el vapor de mi aliento en la tarde fría.

La sangre se había secado y se me había quedado enganchada a los pantalones.

Pasaban coches por el puente que había sobre mí; oí una radio muy alta en uno de ellos.

―¿Hola? ―dije, en voz baja, avergonzado, sintiéndome como un idiota―. ¿Hola? No hubo respuesta. El viento hizo susurrar las bolsas de patatas fritas y las hojas.

―He vuelto. Dije que lo haría. Y lo he hecho. ¿Hola? Silencio.

Entonces empecé a llorar, estúpida y silenciosamente, bajo el puente.

Una mano me tocó la cara y alcé la vista.

―Creí que no volverías ―dijo el troll. Ahora tenía mi estatura, pero aparte de eso no había cambiado. Llevaba hojas enredadas en su pelo de muñeco largo y despeinado y tenía los ojos muy abiertos y tristes.

Me encogí de hombros, luego me sequé la cara con la manga del abrigo.

―He vuelto.

Tres niños pasaron por encima de nosotros, por el puente, gritando y corriendo.

―Soy un troll ―murmuró el troll, con una vocecita asustada―

Alargué la mano y le cogí la zarpa enorme. Le sonreí.

―No pasa nada ―le dije―. En serio. No pasa nada. El troll asintió con la cabeza.

Me empujó al suelo, sobre las hojas y los envoltorios y el condón, y se me echó encima. Entonces alzó la cabeza y abrió la boca y se comió mi vida con sus dientes fuertes y afilados.

Cuando acabó, el troll se puso en pie y se sacudió. Se puso la mano en el bolsillo del abrigo y sacó un pedazo de escoria negra y llena de burbujas.

Me la dio.

―Esto es tuyo ―dijo el troll.

Le miré: llevaba mi vida puesta cómodamente, con facilidad, como si la hubiera estado llevando durante años. Cogí la escoria de hulla y la olisqueé. Podía oler el tren de donde había caído, hacía tanto tiempo. La agarré fuertemente con la mano peluda.

―Gracias ―dije.

―Buena suerte ―dijo el troll.

―Sí. Bueno. Ati también. El troll sonrió con mi cara.

Me dio la espalda y empezó a andar por el camino por el que yo había venido, hacia el pueblo, a la casa vacía que yo había dejado aquella mañana; y silbaba mientras andaba.

He estado aquí desde entonces. Escondido. Esperando. Parte del puente.

Observo desde las sombras cuando pasa la gente: paseando a sus perros o hablando o haciendo las cosas que hace la gente. Algunas veces alguien se para debajo de mi puente, para quedarse un rato, mear o hacer el amor. Yo les observo, pero no digo nada; y ellos nunca me ven.

Simplemente me voy a quedar aquí, en la oscuridad bajo el arco. Os oigo a todos ahí fuera, oigo el trip-trap, trip- trap de vuestros pasos por mi puente.

Oh, sí, os oigo.

Pero no pienso salir.

AUTOR: Neil Richard Gaiman

El puente del troll

La Tecnología y un buen manejo del Tiempo

La sensación de que el tiempo no nos alcanza, sumado al ritmo vertiginoso con el que vivimos nos genera una ansiedad que no vivimos en otras épocas. No por algo el %40 de las licencias laborales, pre pandemia, estaban relacionadas al estrés.

Muchas veces, ante tantas obligaciones y «pendientes» nos vemos tentados en llevar nuestra atención a redes sociales, grupos improductivos de mensajería instantánea, juegos en el celular, páginas recreativas y cualquier otra APP o servicio de la red.

Según estudios de la Universidad de California, se necesitan unos 23 minutos para retomar una tarea una vez interrumpidos.

Según el informe semestral de Hootsuit, en el mundo invierten casi 7 hs del día en Internet, y en Argentina, pasamos mas de 1/4 del día conectados.

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Situación digital, Internet y redes sociales Argentina 2021

No todo el tiempo frente a las pantallas es malo; después de todo, muchos estudiantes asisten a clases a través de aplicaciones de videoconferencia. Así que el primer paso es evaluar qué partes del tiempo frente a una pantalla resultan tóxicas y te hacen infeliz. Podría tratarse de leer noticias o revisar Twitter y Facebook.

Sistemas para Ordenar tus tiempos:

David Allen, conocido por el método «Getting Things Done» (Resolver lo qué hay que hacer), dice que «tu mente esta hecha para tener ideas y no para retenerlas», es por eso que lo mejor que puedes hacer con todas esas tareas que te van surgiendo en la mente, las «bajes» a papel y liberes la mente, o mejor aun, a un sistema para ordenarse, el cual puede ser una simple nota en su celular, o sistemas más complejos como Trello o Monday.

Incorporar un límite de tiempo máximo al uso de cada aplicación seria saludable, para concientizar la práctica y acotar la posibilidad de consumir los contenidos, hoy ilimitados. Es posible medir la cantidad de horas frecuentadas en cada app desde los sistemas operativos de iOS y Android.

Otras herramientas, pueden ayudarte a revisar el tiempo y calidad de conexión, uno muy conocido es https://www.rescuetime.com/, el cual resume, cuan productivo fue tu día/semana/mes, luego de haber configurado cuales son tus tareas productivas y cuales no.

Existen otras APPS que nos sirven para ver el tiempo que utilizamos el celular, las mas conocidas son Quality Time y Log Work, por mencionar algunas, pero tanto Android como IOS tienen su propio informes del uso del celular. 

Las Apps son cada vez más adictivas, y son construidas de esta manera adrede. Un ejemplo claro es Whatsapp donde al llegar un mensaje, miles de personas se sienten obligados a leer y contestar cada mensaje mientras son interrumpidos en sus tareas.

El miedo a perderte algo, también llamado FOMO (fear of missing out) es parte de la ecuación al programar este tipo de APP.

YouTube reproduce automáticamente el siguiente video recomendado, sin mencionar el recorrido infinito por las actualizaciones de Facebook y Twitter.

Antes había un final natural para cada experiencia, como leer la última página de un libro, y una de las características más destacadas que las compañías tecnológicas han implementado es eliminar las señales de alto.

La idea entoncs es que uno pueda dominar a la tecnología y no a la inversa, para esto existen algunos “tips” para recomendar: 

Consejos:

  • Quitar las notificaciones o dejar las mínimas: Esto hará que el celular no te interrumpa y que vos seas el dueño de ir a revisarlo cada tanto. (Lo aconsejable es comunicar esta decisión a tu grupo más cercano de amigos y familiares).
  • Ordena tus APPS en el celular: Dejar las más útiles en la primera pantalla, mejorará la productividad al desbloquear el celular y utilizarlo.
  • Volver a un despertador y cargar el celular lejos de tu dormitorio al dormir.
  • Silencia los grupos de Whatsapp.

Ninguno de tus contactos debería enojarse por estos cambios, estar 100% online no es saludable, además que hace poco tiempo no era así.

Cuantas veces tomaste el celular para chequear algo en particular, revisaste algunos mensajes, redes sociales y volviste a bloquear sin haber hecho lo que tenías planeado en primer momento al desbloquearlo.

Antes de la pandemia, el promedio de tiempo diario que pasaba frente a la pantalla de mi teléfono era de tres horas y media. En los últimos ocho meses, esa cifra casi se ha triplicado.

Definamos algo: Una llamada hoy en día es importante y/o urgente, un mensaje no es una llamada y un mail no es un chat.

OTRA HERRAMIENTA BÁSICA PARA ORDENARTE: AGENDA/CALENDARIO:

Una tarea que se debe hacer un día y en un horario estipulado debería agendarse en un calendario.

Todos tenemos uno en nuestro celular, incluso, podemos tener más de uno. Podemos tener uno laboral, uno personal, uno familiar (para recordar las actividades de los hijos, cumpleaños, etc) y uno o más grupal (de los compañeros de trabajo, o algún proyecto en particular).

Es una buena costumbre chequearlo al comenzar la jornada, y para cada evento agendado, utilizar la opción de notificación unos minutos antes.

También es saludable revisar tu agenda, antes de confirmar alguna tarea a futuro.

Pruebe agendar un par de tareas que tendrá esta semana en su calendario y vera como comienza a organizarse.

LAS REUNIONES INNECESARIAS

CIPHR, una de las principales empresas de software de recursos humanos del Reino Unido, decidió analizar el verdadero costo del tiempo dedicado a las reuniones, así como qué más se podría hacer con este tiempo, mediante la creación de una calculadora de reuniones virtuales.

Hizo un calculo del costo de un empleado promedio por hora y esta calculadora muestra el dinero invertido en cada reunion.

Algo muy parecido logro hacer Pablo H. Paladino en su site Jomofis

https://jomofis.com/calculadora/ 

La próxima vez que esté a punto de enviar una convocatoria de reunión virtual, piense: ¿podría ser un correo electrónico en su lugar? ¿Todas las personas de la lista de invitados son realmente necesarias (o falta alguien importante)? ¿Realmente tomará una hora, o serán suficientes 15 o 30 minutos? Y cuando esté en una reunión virtual, respete el tiempo de sus compañeros de trabajo y no se desvíe del tema.

Del mismo modo, si bien las aplicaciones de chat son una excelente manera para que los colegas se mantengan en contacto de manera informal, demasiadas notificaciones pueden terminar siendo una distracción.

Si desea una respuesta a una pregunta que no es urgente, lo mejor es el correo electrónico.

Otros links importantes para organizar mejor las reuniones y hacerlas productivas: 

https://jomofis.com/una-herramienta-para-coordinar-los-horarios-de-una-reunion/ 

https://chrome.google.com/webstore/detail/time-cost-calculator/mbkfdbnilfllooepngjaigpmnhfhecbd 

https://chrome.google.com/webstore/detail/timecost-for-google-calen/cifjcccblkmebbpjcccleolaiigagpmf

COMO LOS CELULARES DESTRUYEN LAS RELACIONES – SIMON SINEK

PHUBBING O NINFUNEO:

Surge del neologismo que combina “phone” (teléfono) y “snubbing” (desdeñar, desairar) e indica el acto de ignorar a la persona que se tiene en frente por mirar la pantalla de un dispositivo.

El término no es tan popular como la acción, que una década atrás podía ser vista como una grosería y hoy parece incorporada a la cotidianeidad.

La adicción a internet, miedo a perderse de algo (FOMO) y la falta de autocontrol. es por el cual las personas comenzaron a percibir el ninguneo digital como algo aceptable. Uno lo comete, uno lo sufre. Todo el mundo lo hace.

Las personas desbloquean sus pantallas en promedio entre 120 y 150 veces por día. Cada seis minutos del tiempo que pasan despiertos, aproximadamente.

La cantidad de desbloqueos pueden medirlo para comprobarlo. Checky es una de las más difundidas, pero nuevamente, en Android e IOS tienen un reporte nativo para saber esta información.

ADICCIÓN O PROBLEMA:

¿Cuándo podemos pensar que ese uso aparentemente espontáneo y tan extendido de los teléfonos se volvió una adicción? Podemos respondernos esta pregunta si cuando sucede esto, generan problemas en la vida personal,  cuando interfieren en la relación con otras personas, cuando no permiten concentrarse en otras tareas o, si no puedo acceder a ellas por falta de batería por ejemplo, causa nervios, irritabilidad.  

La cuestión todo el tiempo tiene que ser quién está controlando a quién. ¿Yo controlo al teléfono o él está tomando el control de mi vida?

Hay muchas cosas buenas que hacer en línea pero la moderación a menudo es la mejor regla de la vida y lo mismo aplica para las pantallas”, dijo Jean Twenge, profesora de Psicología de la Universidad Estatal de San Diego y autora de “iGen”, un libro sobre las generaciones más jóvenes que crecen en la era de los teléfonos inteligentes.

FUENTES:

Martina Rua y Pablo Fernandez, autores del libro: La Fabrica del Tiempo 

Santiago Bilinkis, autor del libro Guía para sobrevivir al presente: Atrapados en la era digital. 

Laura Jurkowski (Psicologa, MN 19244), y autora del libro Efecto pantallas ¿Cómo lograr el equilibrio digital? 

Brian X. Escritor en Tech Fix, una columna del NYTimes.

La Tecnología y un buen manejo del Tiempo

“La pata de mono”

La noche era fría y húmeda, pero en la pequeña sala de Laburnum Villa los postigos estaban cerrados y el fuego ardía vivamente. Padre e hijo jugaban al ajedrez. El primero tenía ideas personales sobre el juego y ponía al rey en tan desesperados e inútiles peligros que provocaba el comentario de la vieja señora que tejía plácidamente junto a la chimenea.

-Oigan el viento -dijo el señor White; había cometido un error fatal y trataba de que su hijo no lo advirtiera.

-Lo oigo -dijo éste moviendo implacablemente la reina-. Jaque.

-No creo que venga esta noche -dijo el padre con la mano sobre el tablero.

-Mate -contestó el hijo.

-Esto es lo malo de vivir tan lejos -vociferó el señor White con imprevista y repentina violencia-. De todos los suburbios, este es el peor. El camino es un pantano. No se qué piensa la gente. Como hay sólo dos casas alquiladas, no les importa.

-No te aflijas, querido -dijo suavemente su mujer-, ganarás la próxima vez.

El señor White alzó la vista y sorprendió una mirada de complicidad entre madre e hijo. Las palabras murieron en sus labios y disimuló un gesto de fastidio.

-Ahí viene -dijo Herbert White al oír el golpe del portón y unos pasos que se acercaban. Su padre se levantó con apresurada hospitalidad y abrió la puerta; le oyeron condolerse con el recién venido.

Luego, entraron. El forastero era un hombre fornido, con los ojos salientes y la cara rojiza.

-El sargento mayor Morris -dijo el señor White, presentándolo. El sargento les dio la mano, aceptó la silla que le ofrecieron y observó con satisfacción que el dueño de casa traía whisky y unos vasos y ponía una pequeña pava de cobre sobre el fuego.

Al tercer vaso, le brillaron los ojos y empezó a hablar. La familia miraba con interés a ese forastero que hablaba de guerras, de epidemias y de pueblos extraños.

-Hace veintiún años -dijo el señor White sonriendo a su mujer y a su hijo-. Cuando se fue era apenas un muchacho. Mírenlo ahora.

-No parece haberle sentado tan mal -dijo la señora White amablemente.

-Me gustaría ir a la India -dijo el señor White-. Sólo para dar un vistazo.

-Mejor quedarse aquí -replicó el sargento moviendo la cabeza. Dejó el vaso y, suspirando levemente, volvió a sacudir la cabeza.

-Me gustaría ver los viejos templos y faquires y malabaristas -dijo el señor White-. ¿Qué fue, Morris, lo que usted empezó a contarme los otros días, de una pata de mono o algo por el estilo?

-Nada -contestó el soldado apresuradamente-. Nada que valga la pena oír.

-¿Una pata de mono? -preguntó la señora White.

-Bueno, es lo que se llama magia, tal vez -dijo con desgana el militar.

Sus tres interlocutores lo miraron con avidez. Distraídamente, el forastero llevó la copa vacía a los labios: volvió a dejarla. El dueño de casa la llenó.

-A primera vista, es una patita momificada que no tiene nada de particular -dijo el sargento mostrando algo que sacó del bolsillo.

La señora retrocedió, con una mueca. El hijo tomó la pata de mono y la examinó atentamente.

-¿Y qué tiene de extraordinario? -preguntó el señor White quitándosela a su hijo, para mirarla.

-Un viejo faquir le dio poderes mágicos -dijo el sargento mayor-. Un hombre muy santo… Quería demostrar que el destino gobierna la vida de los hombres y que nadie puede oponérsele impunemente. Le dio este poder: Tres hombres pueden pedirle tres deseos.

Habló tan seriamente que los otros sintieron que sus risas desentonaban.

-Y usted, ¿por qué no pide las tres cosas? -preguntó Herbert White.

El sargento lo miró con tolerancia.

-Las he pedido -dijo, y su rostro curtido palideció.

-¿Realmente se cumplieron los tres deseos? -preguntó la señora White.

-Se cumplieron -dijo el sargento.

-¿Y nadie más pidió? -insistió la señora.

-Sí, un hombre. No sé cuáles fueron las dos primeras cosas que pidió; la tercera fue la muerte. Por eso entré en posesión de la pata de mono.

Habló con tanta gravedad que produjo silencio.

-Morris, si obtuvo sus tres deseos, ya no le sirve el talismán -dijo, finalmente, el señor White-. ¿Para qué lo guarda?

El sargento sacudió la cabeza:

-Probablemente he tenido, alguna vez, la idea de venderlo; pero creo que no lo haré. Ya ha causado bastantes desgracias. Además, la gente no quiere comprarlo. Algunos sospechan que es un cuento de hadas; otros quieren probarlo primero y pagarme después.

-Y si a usted le concedieran tres deseos más -dijo el señor White-, ¿los pediría?

-No sé -contestó el otro-. No sé.

Tomó la pata de mono, la agitó entre el pulgar y el índice y la tiró al fuego. White la recogió.

-Mejor que se queme -dijo con solemnidad el sargento.

-Si usted no la quiere, Morris, démela.

-No quiero -respondió terminantemente-. La tiré al fuego; si la guarda, no me eche la culpa de lo que pueda suceder. Sea razonable, tírela.

El otro sacudió la cabeza y examinó su nueva adquisición. Preguntó:

-¿Cómo se hace?

-Hay que tenerla en la mano derecha y pedir los deseos en voz alta. Pero le prevengo que debe temer las consecuencias.

-Parece de Las mil y una noches -dijo la señora White. Se levantó a preparar la mesa-. ¿No le parece que podrían pedir para mí otro par de manos?

El señor White sacó del bolsillo el talismán; los tres se rieron al ver la expresión de alarma del sargento.

-Si está resuelto a pedir algo -dijo agarrando el brazo de White- pida algo razonable.

El señor White guardó en el bolsillo la pata de mono. Invitó a Morris a sentarse a la mesa. Durante la comida el talismán fue, en cierto modo, olvidado. Atraídos, escucharon nuevos relatos de la vida del sargento en la India.

-Si en el cuento de la pata de mono hay tanta verdad como en los otros -dijo Herbert cuando el forastero cerró la puerta y se alejó con prisa, para alcanzar el último tren-, no conseguiremos gran cosa.

-¿Le diste algo? -preguntó la señora mirando atentamente a su marido.

-Una bagatela -contestó el señor White, ruborizándose levemente-. No quería aceptarlo, pero lo obligué. Insistió en que tirara el talismán.

-Sin duda -dijo Herbert, con fingido horror-, seremos felices, ricos y famosos. Para empezar tienes que pedir un imperio, así no estarás dominado por tu mujer.

El señor White sacó del bolsillo el talismán y lo examinó con perplejidad.

-No se me ocurre nada para pedirle -dijo con lentitud-. Me parece que tengo todo lo que deseo.

-Si pagaras la hipoteca de la casa serías feliz, ¿no es cierto? -dijo Herbert poniéndole la mano sobre el hombro-. Bastará con que pidas doscientas libras.

El padre sonrió avergonzado de su propia credulidad y levantó el talismán; Herbert puso una cara solemne, hizo un guiño a su madre y tocó en el piano unos acordes graves.

-Quiero doscientas libras -pronunció el señor White.

Un gran estrépito del piano contestó a sus palabras. El señor White dio un grito. Su mujer y su hijo corrieron hacia él.

-Se movió -dijo, mirando con desagrado el objeto, y lo dejó caer-. Se retorció en mi mano como una víbora.

-Pero yo no veo el dinero -observó el hijo, recogiendo el talismán y poniéndolo sobre la mesa-. Apostaría que nunca lo veré.

-Habrá sido tu imaginación, querido -dijo la mujer, mirándolo ansiosamente.

Sacudió la cabeza.

-No importa. No ha sido nada. Pero me dio un susto.

Se sentaron junto al fuego y los dos hombres acabaron de fumar sus pipas. El viento era más fuerte que nunca. El señor White se sobresaltó cuando golpeó una puerta en los pisos altos. Un silencio inusitado y deprimente los envolvió hasta que se levantaron para ir a acostarse.

-Se me ocurre que encontrarás el dinero en una gran bolsa, en medio de la cama -dijo Herbert al darles las buenas noches-. Una aparición horrible, agazapada encima del ropero, te acechará cuando estés guardando tus bienes ilegítimos.

Ya solo, el señor White se sentó en la oscuridad y miró las brasas, y vio caras en ellas. La última era tan simiesca, tan horrible, que la miró con asombro; se rió, molesto, y buscó en la mesa su vaso de agua para echárselo encima y apagar la brasa; sin querer, tocó la pata de mono; se estremeció, limpió la mano en el abrigo y subió a su cuarto.

II

A la mañana siguiente, mientras tomaba el desayuno en la claridad del sol invernal, se rió de sus temores. En el cuarto había un ambiente de prosaica salud que faltaba la noche anterior; y esa pata de mono; arrugada y sucia, tirada sobre el aparador, no parecía terrible.

-Todos los viejos militares son iguales -dijo la señora White-. ¡Qué idea, la nuestra, escuchar esas tonterías! ¿Cómo puede creerse en talismanes en esta época? Y si consiguieras las doscientas libras, ¿qué mal podrían hacerte?

-Pueden caer de arriba y lastimarte la cabeza -dijo Herbert.

-Según Morris, las cosas ocurrían con tanta naturalidad que parecían coincidencias -dijo el padre.

-Bueno, no vayas a encontrarte con el dinero antes de mi vuelta -dijo Herbert, levantándose de la mesa-. No sea que te conviertas en un avaro y tengamos que repudiarte.

La madre se rió, lo acompañó hasta afuera y lo vio alejarse por el camino; de vuelta a la mesa del comedor, se burló de la credulidad del marido.

Sin embargo, cuando el cartero llamó a la puerta corrió a abrirla, y cuando vio que sólo traía la cuenta del sastre se refirió con cierto malhumor a los militares de costumbres intemperantes.

-Me parece que Herbert tendrá tema para sus bromas -dijo al sentarse.

-Sin duda -dijo el señor White-. Pero, a pesar de todo, la pata se movió en mi mano. Puedo jurarlo.

-Habrá sido en tu imaginación -dijo la señora suavemente.

-Afirmo que se movió. Yo no estaba sugestionado. Era… ¿Qué sucede?

Su mujer no le contestó. Observaba los misteriosos movimientos de un hombre que rondaba la casa y no se decidía a entrar. Notó que el hombre estaba bien vestido y que tenía una galera nueva y reluciente; pensó en las doscientas libras. El hombre se detuvo tres veces en el portón; por fin se decidió a llamar.

Apresuradamente, la señora White se quitó el delantal y lo escondió debajo del almohadón de la silla.

Hizo pasar al desconocido. Éste parecía incómodo. La miraba furtivamente, mientras ella le pedía disculpas por el desorden que había en el cuarto y por el guardapolvo del marido. La señora esperó cortésmente que les dijera el motivo de la visita; el desconocido estuvo un rato en silencio.

-Vengo de parte de Maw & Meggins -dijo por fin.

La señora White tuvo un sobresalto.

-¿Qué pasa? ¿Qué pasa? ¿Le ha sucedido algo a Herbert?

Su marido se interpuso.

-Espera, querida. No te adelantes a los acontecimientos. Supongo que usted no trae malas noticias, señor.

Y lo miró patéticamente.

-Lo siento… -empezó el otro.

-¿Está herido? -preguntó, enloquecida, la madre.

El hombre asintió.

-Mal herido -dijo pausadamente-. Pero no sufre.

-Gracias a Dios -dijo la señora White, juntando las manos-. Gracias a Dios.

Bruscamente comprendió el sentido siniestro que había en la seguridad que le daban y vio la confirmación de sus temores en la cara significativa del hombre. Retuvo la respiración, miró a su marido que parecía tardar en comprender, y le tomó la mano temblorosamente. Hubo un largo silencio.

-Lo agarraron las máquinas -dijo en voz baja el visitante.

-Lo agarraron las máquinas -repitió el señor White, aturdido.

Se sentó, mirando fijamente por la ventana; tomó la mano de su mujer, la apretó en la suya, como en sus tiempos de enamorados.

-Era el único que nos quedaba -le dijo al visitante-. Es duro.

El otro se levantó y se acercó a la ventana.

-La compañía me ha encargado que le exprese sus condolencias por esta gran pérdida -dijo sin darse la vuelta-. Le ruego que comprenda que soy tan sólo un empleado y que obedezco las órdenes que me dieron.

No hubo respuesta. La cara de la señora White estaba lívida.

-Se me ha comisionado para declararles que Maw & Meggins niegan toda responsabilidad en el accidente -prosiguió el otro-. Pero en consideración a los servicios prestados por su hijo, le remiten una suma determinada.

El señor White soltó la mano de su mujer y, levantándose, miró con terror al visitante. Sus labios secos pronunciaron la palabra: ¿cuánto?

-Doscientas libras -fue la respuesta.

FIN

Autor: W. W. Jacobs

“La pata de mono”

El calambre más vergonzoso de mi vida.

Cuando mi actual pareja quedo embarazada de mi segunda hija, yo me prometí hacer todo lo que ya había hecho con mi primer hija, incluso más aún. Fue entonces cuando me contó que se había anotado en un curso de preparto y me preguntaba si quería ir.

Como era un dia de semana en horario laboral, pedí permiso en el trabajo y pensé, inocentemente, que irían pocas parejas que podían darse el lujo de tomarse ese par de horas y asistir.

A penas llegamos supe que no había pensado bien las cosas. Estaba lleno de mujeres embarazadas, con panzas de distintos tamaños, y solo había un hombre mas acompañando a su pareja.

Supe desde un primer momento que ese hombre tenia alguna dificultad al caminar y se le notaba al moverse.

El lugar era amplio, con piso de parquet, mucha luz, barandas alrededor y una pared completamente espejada, como esos lugares que están hechos para dar clases de danza.

Comenzamos la charla con lo básico de lo que sucede antes, durante y después del embarazo, y como yo ya había pasado por eso con mi primer hija, incluso la experiencia única de asistir el nacimiento, me sentía como un estudiante que recursaba la materia.

Luego pasamos a los ejercicios de respiración, relajación y demás técnicas para el parto y todo transcurría normalmente hasta el momento que comenzaron a comentar sobre la importancia de estar en buen estado físico y nos pidieron que nos paremos y estiremos con un pie sobre la barra mas cercana.

Nunca fui el mas deportivo, pero al ver mujeres con panza enormes hacerlo, e incluso al único otro hombre que había asistido con su pareja y observar que lo hacia con su pierna ortopédica, como no hacerlo!.

Tome coraje, respire hondo y subí mi pierna a la baranda mas cercana, y fue ese preciso momento que me di cuenta que había cometido un enorme error.

Sentí un dolor que me quemaba toda la pierna desde el inicio de la misma, cerca del testiculo, hasta el dedo gordo del pie.

Me puse pálido y trate de no gritar, pero el dolor fue mas fuerte y algo deje escapar entre los dientes, porque mi pareja se dio vuelta a mirarme y se acerco rápidamente, sin antes taparse la boca y comenzar a reírse.

Pararon la actividad, me tire al piso boca arriba y en unos segundos estaba rodeado de todas las mujeres embarazadas, incluso el hombre con el pie ortopédico, saltando en una sola pata, se había acercado a observar este evento único y vergonzoso.

Trate de calmarme, la que dictaba el curso nos pregunto si queríamos que llamara a una ambulancia o emergencias, y con mucho orgullo y dolor le dije que no, obviamente.

No pude manejar el auto de regreso del dolor del tiron, y estuve toda la semana recordando el vergonzoso evento, soportando ademas las bromas de mi mujer de esos días y los venideros. Desde ese dia, cada vez que vemos una embarazada me siento obligado a contar la anécdota, primereando a mi pareja, tratando de minimizar mi versión del calambre más vergonzoso de mi vida.

El calambre más vergonzoso de mi vida.

El uno para el otro

Salir de casa para cenar con gente implica una serie de actividades molestas: bañarse, vestirse, perderse un partido de la Eurocopa, comprar un vino caro, sonreír dos horas sin ganas, a veces tres. Que te acompañen por las habitaciones para que veas una casa que no te importa. Dejar a tu hija con los abuelos, extrañarla. Cenar sin tele, sin cocacola, comer ensalada de primer plato, no desentonar, no fumar si no hay ceniceros a la vista. Muchísimo menos sacar la bolsita feliz. Son demasiadas cosas para la edad que tengo.

El viernes padecí una de estas cenas absurdas que ocurren cuando estás en pareja: Cristina tiene una amiga íntima que se fue a vivir con un señor. Hasta ahí todo bien. El problema empezó cuando entre las dos organizaron una cena. Corrijo: el problema empezó cuando me incluyeron en la cena.

Porque hasta entonces Cristina tenía una amiga soltera con la que almorzaba o cenaba cada tanto, pero ellas solas: yo no participaba en la relación. Pero ahora, que la amiga vive en pareja con alguien, me invitan. Supongo que por una cuestión de simetría.

—Quieren que conozcamos la casa —me dice Cristina—. Además él parece majo.

—Ningún hombre que acepta cenar a la misma hora que se juega la Eurocopa es majo —sentencié—. Es puto.

Llegamos a las nueve en punto, con un vino en la mano. Mireia, la amiga de Cristina, estaba radiante, colgada del brazo de este buen hombre, al que no conocíamos. La casa era la de él. Una casa moderna, en las afueras de Barcelona.

—Él es Pol —dijo Mireia.

—El famoso Pol —dijo Cristina, y le dio dos besos. Yo le di la mano y sonreí.

Pol era de esos tipos más jóvenes que yo, tres o cuatro años menos, pero que me generan el mismo respeto abismal que si tuviera veinte años más. La ropa le quedaba bien, estaba afeitado y se movía como si fuera grande. Esa clase de gente pulcra por convicción, no por mandato de la mujer o la madre. A Pol, con toda seguridad, nadie le dijo aquella tarde que se bañara y se pusiera perfume a los costados del cogote. Lo hizo solo, lo hizo por gusto. Era esa clase de gente incomprensible.

La cena, como es lógico, transcurrió por el andarivel de los lugares comunes. Una charla lánguida en la que se escuchaban los ruiditos de los tenedores contra los platos. Se notaba que ellas —Cristina y Mireia— tenían muchas ganas de hablar a calzón quitado sobre temas propios de mujeres; se notaba también que no lo hacían por culpa de nuestras presencias masculinas. ¿Por qué entonces habían organizado una cena de cuatro?

Más tarde entendí que ésa era la única manera de que Cristina pudiera conocer a Pol sin apuros —conocerlo de un modo social, quiero decir— para así después, a solas con su amiga, sacar conclusiones. Nosotros éramos muebles en la reunión, elementos anecdóticos. Y yo más que nadie.

Tuve una breve presencia discursiva durante la cena. Fue cuando el tema fue nuestra hija. No me cuesta hablar sobre esa cuestión y además los anfitriones parecían estar muy interesados en ella, aunque no tanto como para haberla invitado. Todo hubiera sido diferente con Nina en la mesa: yo habría podido hablar con alguien de mi edad.

En general la charla la llevaban las mujeres. Pol y yo nos sonreímos, en silencio, un par de veces. Al principio de la noche intenté sacar el tema futbolístico, pero no encontré respuesta por su parte. Él después me tanteó en cuestiones de negocios, pero yo bajé la vista y mordí una aceituna. No tardamos más de un minuto en sabernos incompatibles, y desistimos con hidalguía.

Sin embargo ocurrió algo que me reconcilió un poco con él. En cierto momento, a los postres creo, me hizo una mueca leve: entornó los párpados, levantó las cejas y movió la cabeza de arriba a abajo. Era el gesto masculino universal, el que dice: Hermano, aguantemos que falta poco. Me hizo bien saber que no era yo el único que llevaba el peso del aburrimiento en la mesa.

Cuando llegaron los cafés Mireia nos contó cómo se conocieron, ella y Pol. No podía faltar la minucia romanticona. Por lo que oí, ambos trabajan en la misma multinacional, ella de secretaria ejecutiva y él como responsable de recursos humanos. Aburridísima anécdota. El amor empezó a cuajar, por lo visto, en los pasillos de la empresa.

—De a poco —nos contaba Mireia, con una sonrisa gigante de mujer enamorada—, Pol empezó a hacerme obsequios imprevistos. Primero una flor, después un libro. Más tarde unas sandalias.

Pol sonreía, incómodo. Yo intentaba no mirarlo.

—Qué galán —dijo Cristina.

—Pero lo increíble de sus regalos —siguió Mireia—, es que nunca falló con mis gustos. La flor, una orquídea; el libro, de Coelho; las sandalias, de Koh-Tao…

—Como si te conociera de toda la vida —dijo Cristina, emocionada, y me miró con asco, posiblemente recordando el long play de Pappo’s Blues que le regalé para nuestro aniversario.

—Sí —aceptó Mireia, tomando la mano de su media naranja, y mirándolo a los ojos—, como si fuésemos almas gemelas.

Pol parecía intranquilo. No porque Cristina conociese esas intimidades rococó, sino por mi presencia observadora. A ningún hombre le gusta que otro escuche los detalles melosos de sus galanterías.

Hice un esfuerzo inhumano en favor de la raza:

—Pol —le dije, levantándome—, ¿me indicás dónde hay una terracita o algo, para fumar un cigarro?

Nos fuimos escaleras arriba, con dos cervezas. Todavía no habían desaparecido nuestros talones del comedor cuando las voces de Cristina y Mireia se convirtieron en murmullo cómplice y en risa ahogada: ya estaban hablando, por fin sin testigos, en el tono con que ellas solían hablar a solas.

—Disculpa lo del cigarro —me dijo Pol, ya acomodados en un balcón inmenso—, pero prefiero que los invitados fumen fuera.

—No quería fumar —mentí a medias—, quería salvarte de la charla cursi. Y salvarme yo también de tener que escucharla… Las intimidades me ponen nervioso.

—A veces conocer los secretos de los demás puede ser muy útil —me dijo con misterio, y bebió su cerveza.

Había cambiado la voz. De repente, al aire libre y con la luz de la luna, era otra clase de hombre, distinto al que había sido durante la cena. O eso me pareció.

—¿Quieres que te cuente, de verdad, cómo conocí a Mireia? —me preguntó, y aquí viene el motivo por el que estoy escribiendo esto.

—Contame, claro —y prendí un cigarro.

—Yo trabajo en tecnología, y aparte de que mis tareas incluyen controlar lo que hacen en Internet los cuatro mil empleados de la compañía, hace un año activé un sistema que me permite ver qué buscan los empleados en el Google.

—¿Eso no es ilegal?

—Es útil, lo útil nunca es ilegal —me dijo—. Google es una herramienta increíble. Las personas acuden a él como hace mil años acudían a los brujos, o al oráculo… La gente hace las preguntas más inverosímiles, pero son también preguntas decisivas. El buscador es una especie de Dios personal que no juzga, que solamente ofrece respuestas aleatorias, en general muy malas respuestas. Pero qué importa…

—Lo importante en tu trabajo no son las respuestas —intuí.

—Exacto —dijo Pol—. Lo que importa son las preguntas, las búsquedas en sí mismas. Un empleado con acceso a Internet busca cosas veinte o treinta veces por día…, diferentes cosas, siempre según su estado de ánimo y su necesidad vital. Si tú pones en papel las búsquedas que hace una persona en un año, tendrás el verdadero diario íntimo de quien quieras. El diario íntimo que nadie se atrevería a escribir.

Pensé en mis búsquedas privadas de Google. Me avergoncé tímidamente y le di la razón en silencio.

—La gente tiene inquietudes muy curiosas —me dijo Pol—. Ciertos gerentes de mi empresa, en apariencia muy seguros de sí mismos, buscan perfumes con feromonas para atraer mujeres. Por ejemplo. Algunas administrativas veteranas, con hijos ya adolescentes, ésas que se desviven hablando de su familia y tal, buscan todas las tardes videos de mujeres besándose. Hay un cadete al que le gusta ver fotos de viejas desnudas, ancianas de noventa años con las tetas por las rodillas, como uvas pasas, cosas por el estilo. Y así te podría contar la historia secreta de la Humanidad, a escala. Lo que hacen cuatro mil personas en una empresa no es muy diferente a los que hacen seis mil millones en el mundo entero.

Me vino a la cabeza, inmediatamente, aquel cuento de Borges en donde un cartógrafo decide componer un mapa que lo incluya todo y que, después de muchos años de trabajo, descubre que el mapa tiene la forma de su propio rostro. Estuve a punto de comentar esto, pero me interesaba mucho más que Pol siguiera con su monólogo.

— Desde hace un año, las búsquedas de todos mis empleados quedan guardadas en inmensos data warehouses —lo dijo en perfecto inglés—. Con esa información yo saco conclusiones a nivel management, claro. Pero también puedo saber, por ejemplo, qué tipo de flor le gusta a la nueva secretaria.

—O qué libro de Coelho.

Él rió.

—O qué marca de sandalia —me dijo entonces, con su verdadera sonrisa, que era una muy diferente a sus sonrisas de la mesa—…Mireia primero me entró por los ojos, desde el primer día que la vi aparecer por la puerta. Pero desde entonces mi trabajo fue minucioso: empecé a saber qué quería, qué temía, qué cosas la motivaban, qué compraba y qué vendía. En qué creía y, sobre todo, qué estaba dispuesta a creer. Con la mitad de esos datos, te follas a cualquier mujer en hora y media de charla. Imagina entonces lo que puede hacer un gobierno con las búsquedas de un pueblo entero.

Me lo imaginé y me dio asco. No el mundo, sino el nuevo Pol, el Pol de la terraza. Preferí mil veces al otro, al tímido que tomaba de la mano a su novia y la miraba a los ojos en la sobremesa. Pero ya no vería más a aquél, porque había conocido a éste. Y éste mataba al anterior.

El otro, el Pol galante y primerizo, seguramente era ahora mismo el tema de conversación en la charla femenina del comedor. Mireia le estaría confesando a Cristina que su novio nuevo era perfecto y sensible, que conocía mágicamente sus preferencias en la cocina y en la cama. Que le gustaban las mismas canciones, los mismos libros, que hacían el mismo zapping, que planeaban sus viajes con certeza telepática.

—Ahora estoy investigando a una tetona que entró hace dos meses al departamento de prensa —me decía Pol, pero yo casi no lo escuchaba—. Una rubia hermosa: le gusta ver fotos de gente atropellada. La semana pasada me le aparecí fingiendo una muñeca fracturada y me comió con los ojos. La tengo ahí, pidiéndome por favor.

Pero yo no estaba más en el balcón. Seguía pensando en la conversación de abajo. En la pobre Cris, escuchando y quizás envidiando todas aquellas maravillas sobre las parejas ideales y los varones perfectos. La idealización del amor, los hombres que usan la camisa adentro, los hogares libres de humo, la íntima sensación de haber dado con la persona correcta… El uno para el otro, siempre. ¿Por qué le regalé a Cristina ese long play para nuestro aniversario? ¿Qué buscará ella en Google? ¿Cómo se me ocurre pensar que a una catalana le puede gustar Pappo’s Blues? No. No hay respuestas para todo. No es bueno que las haya.


Hernán Casciari
18 junio, 2008

FUENTE: https://hernancasciari.com/blog/el_uno_para_el_otro/


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El uno para el otro